lunes, 16 de enero de 2012

Fragmento de "Niebla" de Miguel de Unamuno


CAPÍTULO I
Al aparecer Augusto a la puerta de su casa extendió el brazo
derecho, con la mano palma abajo y abierta, y dirigiendo los
ojos al cielo quedóse un momento parado en esta actitud estatuaria
y augusta. No era que tomaba posesión del mundo exterior,
sino era que observaba si llovía. Y al recibir en el dorso de
la mano el frescor del lento orvallo frunció el sobrecejo. Y no
era tampoco que le molestase la llovizna, sino el tener que abrir
el paraguas. ¡Estaba tan elegante, tan esbelto, plegado y dentro
de su funda! Un paraguas cerrado es tan elegante como es feo
un paraguas abierto.
«Es una desgracia esto de tener que servirse uno de las cosas
–pensó Augusto–; tener que usarlas, el uso estropea y hasta destruye
toda belleza. La función más noble de los objetos es la de
ser contemplados. ¡Qué bella es una naranja antes de comida!
Esto cambiará en el cielo cuando todo nuestro o
o más bien se ensanche a contemplar a Dios y todas las cosas en
Él. Aquí, en esta pobre vida, no nos cuidamos sino de servimos
de Dios; pretendemos abrirlo, como a un paraguas, para que
nos proteja de toda suerte de males.»
Díjose así y se agachó a recogerse los pantalones. Abrió el
paraguas por
«y ahora, ¿hacia dónde voy?, ¿tiro a la derecha o a la izquierda?»
Porque Augusto no era un caminante, sino un paseante de la
vida. «Esperaré a que pase un perro –se dijo– y tomaré la dirección
inicial que él tome.»
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza,
y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello
cuenta, Augusto.

[...]

CAPÍTULO 17

[...]

–Pero ¿te has metido a escribir una novela?
–¿Y qué quieres que hiciese?
–¿Y cuál es su argumento, si se puede saber?
–Mi novela no tiene argumento, o mejor dicho, será el que
vaya saliendo. El argumento se hace él solo.
–¿Y cómo es eso?
–Pues mira, un día de estos que no sabía bien qué pacer, pero
sentía ansia de hacer algo, una comezón muy íntima, un escarabajeo
de la fantasía, me dije: voy a escribir una novela, pero voy
a escribirla como se vive, sin saber lo que vendrá. Me senté, cogí
unas cuartillas y empecé lo primero que se me ocurrió, sin saber
lo que seguiría, sin plan alguno. Mis personajes se irán haciendo
según obren y hablen, sobre todo según hablen; su carácter se
irá formando poco a poco. Y a las veces su carácter será el de
no tenerlo.
–Sí, como el mío.
–No sé. Ello irá saliendo. Yo me dejo llevar.
–¿Y hay psicología?, ¿descripciones?
–Lo que hay es diálogo; sobre todo diálogo. La cosa es que los
personajes hablen, que hablen mucho, aunque no digan nada.
–Eso te lo habrá insinuado Elena, ¿eh?
–¿Por qué?
–Porque una vez que me pidió una novela para matar el
tiempo, recuerdo que me
dijo que tuviese mucho diálogo y muy cortado.
–Sí, cuando en una que lee se encuentra con largas descripciones,
sermones o relatos, los salta diciendo: ¡paja!, ¡paja!, ¡paja!
Para ella sólo el diálogo no es paja. Y ya ves tú, puede muy bien
repartirse un sermón en un diálogo...
–¿Y por qué será esto?...
–Pues porque a la gente le gusta la conversación por la conversación
misma, aunque no diga nada. Hay quien no resiste
un discurso de media hora y se está tres horas charlando en un
café. Es el encanto de la conversación, de hablar por hablar, del
hablar roto a interrumpido.
–También a mí el tono de discurso me carga...
–Sí, es la complacencia del hombre en el habla, y en el habla
viva... Y sobre todo que parezca que el autor no dice las cosas por
sí, no nos molesta con su personalidad, con su yo satánico. Aunque,
por supuesto, todo lo que digan mis personajes lo digo yo...
–Eso pasta cierto punto...
–¿Cómo hasta cierto punto?
–Sí, que empezarás creyendo que los llevas tú, de tu mano, y
es fácil que acabes convenciéndote de que son ellos los que te
llevan. Es muy frecuente que un autor acabe por ser juguete de
sus
–Tal vez, pero el caso es que en esa novela pienso meter todo
lo que se me ocurra, sea como fuere.
–Pues acabará no siendo novela.
–No, será... será...
ficciones...nivola.
–Y ¿qué es eso, qué es
nivola?
–Pues le he oído contar a Manuel Machado, el poeta, el hermano
de Antonio, que una vez le llevó a don Eduardo Benoit,
para leérselo, un soneto que estaba en alejandrinos o en no sé
qué otra forma heterodoxa. Se lo leyó y don Eduardo le dijo:
«Pero ¡eso no es soneto!...» «No, señor –le contestó Machado–,
no es soneto, es... sonite!" Pues así con mi novela, no va a ser novela, sino... ¿cómo dije?, navilo... nebulo, no no, nivola, eso es ¡nivola! Así nadie tendrá derecho a decir que deroga las leyes de su género.
Invento el género, inventar un género no es más
que darle un nombre nuevo, y le doy las leyes que me place. ¡Y
mucho diálogo!
–¿Y cuando un personaje se queda solo?
–Entonces... un monólogo. Y para que parezca algo así como
un diálogo invento un perro a quien el personaje se dirige.
–¿Sabes, Víctor, que se me antoja que me estás inventando?...
–¡Puede ser!
Al separarse uno de otro, Víctor y Augusto, iba diciéndose
este: "Y esta mi vida, ¿es novela, es nivola o qué es? Todo esto
que me pasa y que les pasa a los que me rodean, ¿es realidad o
es ficción? ¿No es acaso todo esto un sueño de Dios o de quien sea, que se desvanecerá cuando Él despierte, y por eso le rezamos y elevamos a él cánticos e himnos, para adormecerlo, para cunar su sueño? ¿No es acaso la liturgia de todas las religiones un modo de brezar el sueño de Dios y que no despierte y deje de soñarnos? ¡Ay, mi Eugenia, mi Eugenia! Y mi Rosarito..."
- ¡Hola, Orfeo!
Orfeo le había salido al encuentro, brincaba, le quería trepar piernas arriba. Cogióle y el animalito comenzó a lamerle la mano.
-Señorito -le dijo Liduvina-, ahí le aguarda Rosarito con la plancha.
-¿Y cómo no la planchaste tú?
-Qué sé yo... le dije que el señorito no podía tardar, que si quería aguardarse...
-Pero podrías haberle despachado como otras veces...
-Sí, pero, en fin, usted me entiende...
-¡Liduvina! ¡Liduvina!
-Es mejor que la despache usted mismo.
-Voy allá.

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